Una vez escribí que no quería escribir más. Después me quedé sin tinta, y en lugar de seguir viviendo, me desesperé buscando otro bolígrafo. Era domingo, nadie trabaja los domingos.
Me desplomé en el sillón ahogada por la angustia. Enseguida se me ocurrió la idea de escribir en el ordenador, pero la luz se había ido. Sin teléfono y sin vecinos, nadie que me prestase acaso una pintura. Y pensé que había de ser más importante estar vivo que la necesidad de escribir, que cuántas veces habría escrito sobre ello. Pero, qué pasaría si no pudiera dejar constancia de lo que siento, fue algo inconcebible para mí.
Tomé una aguja y me abrí una herida en el dedo. Aún conservo la hoja manchada, inundada con las letras borrosas y pegajosas.
Apenas puede leerse y la presentación es imperdonable, tampoco pude escribir demasiado porque afortunadamente o por desgracia mis heridas cicatrizan deprisa.
Sin embargo es, probablemente, el texto más sentido que he escrito.
Me desplomé en el sillón ahogada por la angustia. Enseguida se me ocurrió la idea de escribir en el ordenador, pero la luz se había ido. Sin teléfono y sin vecinos, nadie que me prestase acaso una pintura. Y pensé que había de ser más importante estar vivo que la necesidad de escribir, que cuántas veces habría escrito sobre ello. Pero, qué pasaría si no pudiera dejar constancia de lo que siento, fue algo inconcebible para mí.
Tomé una aguja y me abrí una herida en el dedo. Aún conservo la hoja manchada, inundada con las letras borrosas y pegajosas.
Apenas puede leerse y la presentación es imperdonable, tampoco pude escribir demasiado porque afortunadamente o por desgracia mis heridas cicatrizan deprisa.
Sin embargo es, probablemente, el texto más sentido que he escrito.